El turismo es un fenómeno psico-social, y como tal, es fuente de análisis y estudio profundo del comportamiento de quien viaja y de sus anfitriones, sus motivaciones y sus expresiones. Algunos de estos comportamientos se han documentado y estudiado bajo la categoría de síndromes o trastornos.
Ejemplos de lo anterior son el “síndrome de Jerusalén” y el “síndrome de Stendhal”.
En Jerusalén, la experiencia para el turista puede ser tan intensa que los trastornados sufren delirios o llegan a sentirse personajes bíblicos; mientras que en Florencia y otras ciudades como Roma, Madrid o Pisa, los turistas corren el riesgo de empacharse por ver tanta belleza en tan pocos kilómetros cuadrados, los síntomas son palpitaciones, vértigo, confusión, temblores, tristeza y hasta alucinaciones.
A pesar de que en México tenemos destinos turísticos que roban el aliento, no se han documentado lo que podría llamarse “síndrome del suspiro mexicano”. Y aunque me alegraría, no me gustaría ver a un turista nórdico poseído por el espíritu de Pancho Villa en las calles de Parral. En fin, así son los sentimientos encontrados.
Otro trastorno relacionado con el turismo es el “síndrome del eterno viajero” descrito en el Blog “algo que recordar” de los blogueros españoles Lucía, Rubén y Koke. Dicen ellos que los que sufren este trastorno sienten que no pueden ser felices si no están viajando.
El turismo también puede crear trastornos negativos, tal es el caso del “síndrome de París” y el “síndrome de Venecia”.
El “síndrome de Paris” es un ataque de “depre” que afecta principalmente a japoneses cuando visitan París. Los psicólogos lo explican como una gran desilusión que sufre el turista porque el sitio no obedece, ni de cerquita, a sus expectativas.
El “síndrome de Venecia”, por su parte, define los efectos de la “hiper-turistificación” (o turismo masivo). Se trata de un trastorno de ansiedad social o fobia al turismo, que sufren los residentes locales del destino. Se han documentado ataques a turistas por pobladores locales en ciudades como Venecia (de donde viene su nombre), Barcelona y Paris, entre otras. Antes de la pandemia había destinos turísticos en el mundo luchando por disminuir el número de turistas, ya que la relación entre turismo y residentes comenzaba a ser caótica. Tanto así que, en 2018, CNN elaboró la lista de los 12 destinos turísticos que recomendaba evitar debido a su alta demanda: “los millones de turistas colapsan en las calles, las atracciones turísticas convierten lo que podría ser un viaje de placer en un auténtico laberinto de obstáculos”. Una consecuencia de la “hiper-turistificación” no sólo reside en el cambio de actitud del anfitrión, sino, además, en el deterioro de la infraestructura y estructura que hace atractivo el destino.
Porque así lo requiere mi trabajo, no he dejado de viajar en los últimos 24 meses, lo he hecho en auto propio, en autobús y en avión, por todo México, de costa a costa y de frontera a frontera. Lo he hecho con semáforo verde, amarillo, anaranjado, anaranjado rojizo, rojo anaranjadizo, casi rojo, rojo y rojo intenso. Hasta ahora, gracias a Dios y a los cuidados que tomo viajando como astronauta, no me he enfermado de Covid (ni de la gripe estacional).
En mis recorridos por México he visto los grandes esfuerzos que hacen los prestadores de servicios turísticos por mantener las fuentes de empleos, por mantener sus instalaciones lo más limpias posible y en acatar todas las recomendaciones para salir de esta crisis lo antes posible, ellos saben que hacerlo es bueno para todos; pero también he visto viajeros que se empeñan en lograr todo lo contrario ¿Por qué lo hacen?
Así como el “síndrome de Venecia” describe cómo la saturación de turistas causa un trastorno en los habitantes locales; se me ocurrió que una actitud destructiva y perniciosa que toma una persona cuando viaja, puede ser descrito como un trastorno o síndrome, independientemente de que el destino esté saturado o no.
Este síndrome debería describir la actitud de una persona que destruye lo que no es suyo, destruye las pertenencias ajenas y no le importa destruir la salud de otra persona. Los destinos que sufren la visita de estos trastornados tienen exceso de basura en sus calles o playas, pañales zurrados en sus bosques, batallas campales entre grupos de turistas antagónicos en sus hoteles, aún en aquéllos de 5 estrellas, sus calles son autopistas imposibles de cruzar, sus artesanos locales sufren de miserables regateos y solicitud excesiva de “pilones”, en sus calles vemos turistas borrachos, irrespetuosos y que cínicamente expulsan sus venenosos fluidos corporales en lugares públicos, sea en aviones, plazas, museos, etc.
Pensé en varios nombres para describir este síndrome, analicé definiciones de palabras como “naco”, “gentuza” o “piojo”. Tanto por su sintaxis, su semántica y su uso social (pragmática) concluí que describir estas actitudes destructivas con este tipo de peyorativos sería más negativo que positivo, y que, por estancarnos en discusiones sobre la forma, perderíamos de vista el análisis del fondo del problema.
A la luz del pensamiento del filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679), representante del contractualismo, corriente filosófica que surge en la época de la ilustración, “el hombre es un lobo para el hombre” y explica que el hombre es malo por naturaleza y que sólo acepta el orden y la autoridad como una especie de pacto para protegerlo, y acatará las leyes y mandatos sociales siempre y cuando el beneficio sea superior al que pueda darse a sí mismo sin ayuda de otro. En pocas palabras, para Hobbes, cuando no hay autoridad o cuando la autoridad no representa un beneficio para la persona, la persona ignorará la justicia y el bien común a cambio de su propio goce, a esa forma de pensar se le denominó egoísmo moral o egoísmo ético.
El “síndrome del egoísmo moral” en el turismo.
Sus causas: Se da en cualquier lugar del mundo en el que no hay reglas claras de convivencia, en el que la autoridad no se impone, o el comportamiento de la autoridad es contrario a la ley, en donde la impunidad pervive y la corrupción y la inmoralidad pueden resolver más que la justicia.
Sus síntomas: Sin importar su situación económica o social, su raza, religión, género o preferencias, educación, minusvalidez, pedigrí u honorabilidad de su madre, el turista cree que puede hacer lo que se le antoje sin sufrir consecuencias. Se escuda en el anonimato para destruir, abusar y transgredir. Se siente más poderoso que cualquier autoridad y demuestra lo peor de sí mismo.
Homo homini lopus, el hombre ¿es un lobo para el hombre?