Cambiar la Cultura.
Un mal diagnóstico, una pésima medicina.
Hace algunos días mi amigo Raúl Iriarte nos convocó a un grupo de importantes empresarios y turisteros mexicanos (entre ellos inmerecidamente me encontraba yo mismo), para presentarnos a una institución que conglomera a empresas europeas suscritas a WellianceHospitality, las cuales expusieron nuevas tecnologías y tendencias para colaborar en resolver el cambio climático en las empresas turísticas. Se presentaron desde empresas especializadas en tratamiento de agua, hasta quienes ofrecen mobiliario ecológico, pasando por empresas especializadas en iluminación, en decoración, etc.
El evento incluyó un panel entre empresarios y especialistas de la industria turística, quienes plantearon dos principales retos al respecto del tema, el primer reto relacionado con el costo de implementación tecnológica y el retorno sobre su inversión, reto del cual hablaremos en otro artículo; y el segundo, relacionado con la aceptación, adaptación y adopción de estas nuevas tecnologías, que sin duda representan una mejora en la calidad de vida de todos nosotros.
Es en este segundo desafío planteado en el que me quiero detener unos minutos.
Uno de los panelistas compartió la siguiente idea:
“Necesitamos un cambio de cultura de los huéspedes”, y puso el ejemplo de un huésped que le sirvió una gran ración de postre a un niño, quien lo rechazó sin probarlo, parándose nuevamente al bufet para servirle a la creatura más postre incomible, no por el sabor, sino por la cantidad.
Otro panelista dijo algo así como:
“Necesitamos un cambio de cultura” de los colaboradores y de los proveedores de servicio de desechos (empresas que recolectan la basura de los hoteles) porque no separan la basura.
Por lo menos en otras cinco ocasiones durante el evento, se mencionó que la medicina para aliviar nuestras vicisitudes se reducía a cambiar la cultura. Deduje que el diagnóstico compartido radica en que la cultura actual nos hace malas personas, sucias, desordenadas, abusivas e infelices, y que, por lo tanto, la medicina obvia es cambiarla. No concuerdo con el diagnóstico, ni con la idea de que la medicina sea zumbarnos cucharadotas de “anticulturilina”.
A mediados del siglo pasado se fundó una empresa en Aguascalientes que la hizo pasar de ser una comunidad eminentemente agropecuaria a una industrial.Sus obreros fueron reclutados de rancherías cercanas a la ciudad. En aquellos días la gente acostumbraba defecar en el corral, y en el mejor de los casos en letrinas casi al aire libre. Este empresario construyó modernas instalaciones sanitarias en su empresa, pero pronto se dio cuenta de que sus trabajadores no depositaban los desechos en su interior. La respuesta para resolverlo fue educando a sus trabajadores, a quienes desde la inducción les entregaba un panfleto en el que con dibujos o pictogramas se les explicaba cómo utilizar el wc, y una persona les guiaba a perfeccionar esa difícil técnica que hoy en día casi todos dominamos (fuente: tradición familiar).
¿Qué hizo Don Jesús María Romo con sus obreros?: Los educó.
Educar es guiar o conducir a alguien para que sea una mejor persona, una persona más feliz dentro de su concepción social e identidad cultural; mientras que una definición elemental de cultura es, aquello que nos identifica y da pertenencia a un grupo social.
Yo sé que las definiciones anteriores, por reduccionistas, causarán cierto escozor a más de uno; sin embargo, considérense como una invitación a la lectura, la investigación y la reflexión.
Abundo:
Educamos cuando guiamos sistemática y conscientemente a nuestros colaboradores a utilizar los recursos que les proveemos, desde productos químicos hasta herramientas de trabajo; cuando les enseñamos a manejar emergencias, o separar desechos. Educamos cuando logramos que la camarista sepa el daño que causa cuando utiliza el cepillo de dientes del huésped para quitarle el sarro al wc., y ella pueda y quiera evitarlo. Educamos cuando logramos, sobre todo a través del ejemplo, que se viva en un ambiente de compasión, respeto y colaboración en el trabajo, y que ese entorno sea contagiado por el trabajador a su familia. Educamos cuando en nuestra empresa nos preocupamos por alfabetizar, o por el crecimiento escolar o intelectual de nuestros colaboradores, cuando les inducimos a pensar y razonar. Educamos cuando logramos que una persona sea mejor y más feliz, sin que pierda la identidad que lo integra a una sociedad y por ende a una nación.
A pesar de todo, todavía tenemos en México una identidad propia, que representa en sí nuestro tesoro turístico, es decir, una cultura única y diferente, lo que nos justifica cuando decimos que como México no hay dos. (¿les suena a los mercadólogos las palabras diferenciación, posicionamiento, propuesta de valor, etc.?).
Para el profesor Víctor Manuel García de la UNAM, “ser mexicano es estar orgulloso de la herencia de su tierra, sus tradiciones, su comida, y elementos del territorio… Todo esto a partir de las experiencias que lo enriquecen diariamente”. https://bit.ly/3UieziS
Un turistero que tiene en su argot “el cambio de cultura” como la medicina que nos hará mejores y más felices seres humanos, está inconscientemente sugiriendo el suicidio de nuestra identidad, es decir, la pérdida de nuestra diferenciación como “marca México”. Un cambio de cultura sólo puede llevarnos a un turismo artificial y genérico, poniéndonos en peligro de crear y aceptar una sociedad atomizada (aislada).
Bienvenidos los empresarios, turísticos o no, que asumen la responsabilidad de hacer que sus colaboradores sean mejores mexicanos a través de la educación, manteniendo y promoviendo aquellos valores y tradiciones que nos identifican.
Por eso afirmo que cambiar la cultura es un mal diagnóstico, una pésima medicina.
¡Viva México!